martes, 31 de mayo de 2016

J. LAURENT Y MURCIA





Un día de primavera. El aire pegajoso y sereno que impregna a la ciudad invita al caminante a dar un paseo. Todavía dejan entrever las ramas a las que van unidas, las pequeñas hojas de las moreras que bordean los caminos y acequias. Aún es temprano pero el viajero percibe ya como anticipo, el calor que a primeras horas de la tarde se derramará sin remedio sobre la ciudad; por eso ha decidido dejarla buscando el aire fresco de la huerta. Un borrico arrastra el carrito que lleva el extraño ingenio con el que trabaja. 
El calor aprieta, así que decide entrar en la umbría y mugrienta taberna que asoma a la orilla de la polvorienta carretera que lleva a Monteagudo. El bodeguero, de aspecto dejado, casi con desgana, coge la desportillada jarra de loza y extrae, a solicitud del turista, agua de la enorme tinaja roja de barro. Mientras lleva a sus labios la copa con la que se refresca, al girar la cabeza, ve la ciudad abrazada por la rica huerta. El aburrido perfil de sus edificios contribuye, sin embargo, a que destaquen -enhiestas- las torres, campanarios y cúpulas que salpican a esta desaliñada ciudad. Ciudad-pueblo en la que lleva varios días escudriñando por sus rincones.


Murcia, J. Laurent (ca.1870)

La vista que en ese momento tiene ante sus ojos asombra de tal manera al extranjero, que pide éste al tabernero el favor de dejarle subir a la terraza. Accede. El piso, hecho con cañas liceras y cubierto de morada tierra láguena, cimbrea con suavidad a cada paso. Desde allí puede contemplar mejor el paisaje que mezcla, sin sobresaltos, mil verdes con el ocre sucio y lechoso de los edificios. Lo que desde allí aprecia no hace sino conmoverle de tal manera que, como empujado por un resorte, desciende por la oscura y estrecha escalerilla hasta llegar al pequeño carro, coge el artilugio y asciende de nuevo al terrado para, desde allí, capturar tan bella imagen. Después de hacer la fotografía, absorto, queda en silencio contemplando el singular paisaje. Sin embargo, el calor creciente lo pone de nuevo en la incómoda realidad del lugar.
Recoge los bártulos, desciende por la escalera, pide más agua, bebe con deleite, deja una moneda de cobre sobre el mostrador y se despide del aguador, no sin antes dar las gracias.



E.L.


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Casi con  toda seguridad Jean Laurent (*) no estuvo nunca en Murcia; al menos, hasta hoy, no hay prueba de ello. Laurent nació en Garchizy (Francia), en 1816. Se trasladó a Madrid en 1843, donde se casó. Es en 1856 cuando empieza su afición por la fotografía, dedicándose ya profesionalmente casi de forma inmediata. En 1857 empieza a viajar por la geografía peninsular y debido a su ascendente éxito, los encargos se van multiplicando de tal manera que, al no poder hacer frente todos, se asocia con el fotógrafo español José Martínez Sánchez en 1865, con quien desarrolla nuevas técnicas fotográficas (un nuevo papel fotosensible), creando finalmente, en 1877, "Laurent y Cía". El trabajo que supuso fotografiar gran parte del territorio español, lo llevó a contratar a fotógrafos comisionistas, por lo que debió ser uno de estos colaboradores, probablemente Julio Ainaud, quien hizo -entre 1870 y 1872- esta espléndida fotografía que ahora podemos contemplar.

(*) No confundir con el también fotógrafo francés Laurent Rouède, "El Laurent murciano" (Aviñón 1819). Se estableció en Murcia a finales de 1863 o principios de 1864. Además de fotografía de retratos y algunos paisajes de la ciudad -principalmente la Catedral y otros edificios religiosos-, trabajó como fotógrafo oficial para la Real Sociedad Económica de Amigos del País y, también, para la Comisión Provincial de Monumentos Artísticos e Históricos. Tuvo su estudio de fotografía en la plaza Chacón (ahora, Santa Isabel). En 1868 se traslada a Almería empujado, probablemente, por la competencia emergente que en el negocio de la fotografía había ya en la ciudad de Murcia.


Murcia, vista general (Jean Laurent, ha. 1870)    [cliquear sobre las imágenes para ampliar]





Proyección de de los edificios sobre la línea de horizonte



Vista cenital de la misma proyección conservando, proporcionalmente, la distancias en la imagen anterior




Buscando precisión en la localización del lugar:
Han pasado unos sesenta años entre esta fotografía (izq.) que hizo Laurent y Cía. (alrededor de 1870) y la imagen aérea de 1928/29 -perteneciente al conocido vuelo de Ruiz de Alda-, por lo que el Cuartel de La Trinidad ya no aparece en la ilustración de la derecha (fue derribado en 1905); en el solar que ocupaba se construyó el actual Museo de Bellas Artes (inaugurado en 1910), así como un grupo escolar que todavía está en uso.


Todavía más cerca 


Punto de vista de Laurent y Cía. sobre una imagen de 1928/29


El mismo lugar sobre una imagen actual

El carrito de Laurent



Documentación:

Archivo Municipal de Murcia
Archivo General de la Región de Murcia
Biblioteca Nacional de España (BNE)
Cartomur (Servicio Cartográfico de la Región de Murcia)
«Laurent Rouede» Asensio Martínez Jódar (Imafronte nº 24, BNE)
Imágenes WEB
Wikipedia

Edición: Esteban Linares









domingo, 15 de mayo de 2016

OLMOS JUNTO A UNA ACEQUIA (José María Almela Costa)

       Ví este cuadro de Almela Costa por primera vez hace ya unos cuantos años; me atrapó durante unos minutos hasta que, por fin, pude meterme en él, entonces que me di cuenta de que dos acequias circulaban en paralelo, cosa que me extrañó un poco. Tuve la curiosidad de situar este suceso, y como contamos con una espléndida fotografía del año 1928, que de Murcia y alrededores se hizo en el conocido vuelo Ruiz de Alda, me entregué a la búsqueda de tan singular rincón. Tenía unos datos: su hijo, Antonio Almela, comenta en el libro que publicó sobre la obra de su padre ("Almela Costa - Los cuadros de mi padre", edit. Tres Fronteras, 2008):
       
         "No puedo decir nada del sitio donde el artista se inspiró para pintar este cuadro (...) Fina, la chica que hace las faenas de mi casa, al ver su fotografía en mi mesa de trabajo y preguntarle yo si conocía este sitio, me dijo que le parecía un carril viejo que veía de niña en el antiguo camino de La Ñora, cuando iba a casa de su tía Carmen. Esto nos puede servir para situarlo cuanto más que, como sabemos por allí pasa la acequia Caravija."
         
       Con todo el tiempo del mundo me puse a buscar en la fotografía aérea ya mencionada, y creo haber localizado el lugar desde donde Almela Costa pudo haber pintado el cuadro.
He sentido gran curiosidad por localizar este hermoso rincón de la huerta, y quizás visitarlo y ver su transformación, y parece que el tiempo dedicado a esto ha dado su fruto; pero claro, la transformación de la huerta ha sido tan grande que el emplazamiento ha quedado engullido por la ciudad, de manera que hemos perdido este rincón que por fortuna Almela lo rescata para siempre plasmado en esta magnífica pintura.



"Olmos junto a la acequia". Almela Costa (1945) [a la izq. acequia Caravija, a la der. acequia Mayor de Aljufía]
(Óleo s/lienzo 62x80 cm. Murcia, Museo de la Ciudad)

Situación aproximada sobre una foto antigua y en la actualidad

¡Ay!, la huerta hoy, hecha una pena:

Cerca del emplazamiento, junto a la MU30, según una imagen captada en Google Earth (cliquear en las imágenes para agrandar)

miércoles, 20 de abril de 2016

Línea: MOLINA- MURCIA.




Autobús de Rufino: Molina-Murcia

Hasta mitad del pasado siglo para desplazarse de un sitio a otro lo más frecuente era hacerlo a pie cuando se trataba de distancias cortas y medias (4 ó 5 km), a partir de ahí, para hacer un trayecto, había que adaptarse a los horarios de los pocos medios de transporte con que se contaba.
En la imagen se ve un grupo de vecinos de Molina de Segura listos a trasladarse (supongo que no todos: la chiquillería se pondría para la foto), para trasladarse, digo, a Murcia (¡a la 'capital'!) dispuestos en los dos niveles que el autobús ofrecía. (Sin duda, antes se andaba más).
Años más tarde esta línea fue absorbida por la empresa Alsina Graells, de la que Rufino Linares fue gerente de la oficina en Murcia, primero en un local que había en la plaza Martínez Tornel, frente al Hotel Victoria y, más tarde, una vez abierta la Gran Vía, junto a la plaza de Santa Isabel.


El autobús de Rufino que cubría la línea Molina-Murcia (ca. 1925)

Rufino Linares rodeado por un grupo de usuarios y público en general: la chiquillería

La sede de la Alsina Graells en la Plaza Martinez Tornel, años 20. (Foto: colección Josep Sala i Salip)


La sede, en el mismo emplazamiento, en los años 30

Un autobús frente a la oficina (años 40)

Al abrir la Gran Vía la oficina cambia de sitio: ahora junto a la plaza de Santa Isabel (ca. 1965)

lunes, 22 de febrero de 2016

VISTABELLA: los antiguos kioscos del barrio


El primer kiosco que tuvo el barrio de Vistabella, en Murcia, fue el de Paco, situado en una esquina frente a la iglesia. Allí podía comprarse todo tipo de chucherías que por entonces había, además de prensa local (La Verdad, Línea y La Hoja del Lunes): regaliz, chicles Bazoka y Cheiw, los sacis y pictolines, petardos y mixtos de trueno, las novelas de Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía, que después de ser leídas podías cambiarlas por otras por una o dos pesetas, y cómo no, tebeos: pulgarcitos, tiovivos y DDTs de un lado, y El Capitán Trueno, El Jabato, Hazañas bélicas, El Cosaco Verde,... por otro lado. Y, aunque ahora pueda parecer imposible, también se vendían grageas sueltas de algunos medicamentos, que se autorecetaban, sobre todo las mujeres, para el -entonces- agotador trabajo casero. El Optalidón (mezcla de anfetamina y barbitúrico) era de los más consumidos. ¡Qué cosas!


Grupo de personas frente a la iglesia de Vistabella, al fondo el kiosco de Paco. El personaje de la derecha, en primer plano, es José Molera, autor de la talla de la Virgen de Fátima, en 1956, que hay en la iglesia (foto: 1965)


Algunas de las cosas que podían encontrarse entonces en los kioscos 




Don José Guillén Munuera (a) el tío Pirigüili entrevistado por José Manuel Hernández Pérez frente a su kiosco, en una esquina de la calle Ramón Gallud (1978).  
[No os preocupéis, en la entrevista publicada, nos perdona todas las trastadas (por utilizar un eufemismo) que le hicimos años atrás: "¡cosas de críos!" -dice-]

  

Tabaco, tebeos, petos, mixtos de trueno... de .



En la esquina de la derecha, y también frente a la iglesia, hubo durante algunos años un kiosco de helados La Glacial: polos de hielo, una peseta; cortes a dos y coyotes de crema a 2,50.

Un cuarto kiosco, algo posterior a los ya mencionados, estuvo ubicado junto a la avenida Intte. Jorge Palacios, entre los bloques 16 y 17, que surtía sobre todo helados flash, para aplacar la sed y el sudor que provocaban los partidos de futbito, que se jugaban con pequeñas pelotas de plástico, utilizando los bancos como porterías, a finales de los 60 y principios de los 70. 




Los Flash o Flax, o Flag, o lo que sea