Un día de primavera. El aire pegajoso y sereno que impregna a la ciudad invita al caminante a dar un paseo. Todavía dejan entrever las ramas a las que van unidas, las pequeñas hojas de las moreras que bordean los caminos y acequias. Aún es temprano pero el viajero percibe ya como anticipo, el calor que a primeras horas de la tarde se derramará sin remedio sobre la ciudad; por eso ha decidido dejarla buscando el aire fresco de la huerta. Un borrico arrastra el carrito que lleva el extraño ingenio con el que trabaja.
El calor aprieta, así que decide entrar en la umbría y mugrienta taberna que asoma a la orilla de la polvorienta carretera que lleva a Monteagudo. El bodeguero, de aspecto dejado, casi con desgana, coge la desportillada jarra de loza y extrae, a solicitud del turista, agua de la enorme tinaja roja de barro. Mientras lleva a sus labios la copa con la que se refresca, al girar la cabeza, ve la ciudad abrazada por la rica huerta. El aburrido perfil de sus edificios contribuye, sin embargo, a que destaquen -enhiestas- las torres, campanarios y cúpulas que salpican a esta desaliñada ciudad. Ciudad-pueblo en la que lleva varios días escudriñando por sus rincones.
La vista que en ese momento tiene ante sus ojos asombra de tal manera al extranjero, que pide éste al tabernero el favor de dejarle subir a la terraza. Accede. El piso, hecho con cañas liceras y cubierto de morada tierra láguena, se bambolea con suavidad a cada paso. Desde allí puede contemplar mejor el paisaje que mezcla, sin sobresaltos, mil verdes con el ocre sucio y lechoso de los edificios. Lo que desde allí aprecia no hace sino conmoverle de tal manera que, como empujado por un resorte, desciende por la oscura y estrecha escalerilla hasta llegar al pequeño carro, coge el artilugio y asciende de nuevo al terrado para, desde allí, capturar tan bella imagen. Después de hacer la fotografía, absorto, queda en silencio contemplando el singular paisaje. Sin embargo, el calor creciente lo pone de nuevo en la incómoda realidad del lugar.
Recoge los bártulos, desciende por la escalera, pide más agua, bebe con deleite, deja una moneda de cobre sobre el mostrador y se despide del aguador, no sin antes dar las gracias.
E.L.
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Casi con toda seguridad Jean Laurent (*) no estuvo nunca en Murcia; al menos, hasta hoy, no hay prueba de ello. Laurent nació en Garchizy (Francia), en 1816. Se trasladó a Madrid en 1843, donde se casó. Es en 1856 cuando empieza su afición por la fotografía, dedicándose ya profesionalmente casi de forma inmediata. En 1857 empieza a viajar por la geografía peninsular y debido a su ascendente éxito, los encargos se van multiplicando de tal manera que, al no poder hacer frente todos, se asocia con el fotógrafo español José Martínez Sánchez en 1865, con quien desarrolla nuevas técnicas fotográficas (un nuevo papel fotosensible), creando finalmente, en 1877, "Laurent y Cía". El trabajo que supuso fotografiar gran parte del territorio español, lo llevó a contratar a fotógrafos comisionistas, por lo que debió ser uno de estos colaboradores, probablemente Julio Ainaud, quien hizo -entre 1870 y 1872- esta espléndida fotografía que ahora podemos contemplar.
(*) No confundir con el también fotógrafo francés Laurent Rouède, "El Laurent murciano" (Aviñón 1819). Se estableció en Murcia a finales de 1863 o principios de 1864. Además de fotografía de retratos y algunos paisajes de la ciudad -principalmente la Catedral y otros edificios religiosos-, trabajó como fotógrafo oficial para la Real Sociedad Económica de Amigos del País y, también, para la Comisión Provincial de Monumentos Artísticos e Históricos. Tuvo su estudio de fotografía en la plaza Chacón (ahora, Santa Isabel). En 1868 se traslada a Almería empujado, probablemente, por la competencia emergente que en el negocio de la fotografía había ya en la ciudad de Murcia.
Murcia, vista general (Jean Laurent, ha. 1870) [cliquear sobre las imágenes para ampliar]
Proyección de de los edificios sobre la línea de horizonte Vista cenital de la misma proyección conservando, proporcionalmente, la distancias en la imagen anterior |
Todavía más cerca |
Punto de vista de Laurent y Cía. sobre una imagen de 1928/29 |
El mismo lugar sobre una imagen actual |
¡Estupendo el trabajo de investigación!
ResponderEliminarGracias Pascual. Ha costado lo suyo, no creas, pero parece que finalmente ha dado fruto. Lo mejor de todo: ha sido un empeño muy ameno y me ha llevado por un sinfín de historias paralelas muy interesantes. Para mí ha sido un tiempo (¡y mucho!) bien invertido. De nuevo, gracias. Un saludo.
ResponderEliminar(P.S. Para que se vea con mayor precisión, incluyo dos nuevas imágenes)
No todo gira en torno a la peña...Excelente trabajo
EliminarInteresantísimo y revelador. Un 'post' de los que te hacen viajar en el tiempo. Enhorabuena y gracias por la iniciativa!
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ResponderEliminarEstupendo trabajo Esteban, desconocía esta faceta tuya, he podido situar el huerto de mi abuelo Luis. Un saludo Luis J. hermano de Juanjo.
ResponderEliminarMe encanta tu blog.
ResponderEliminarMiguel Gomez Fayrén Alucinante trabajo
ResponderEliminarBuenísimo trabajo Esteban, enhorabuena.
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