lunes, 9 de enero de 2017

CLIFFORD Y MURCIA



 Viernes, 24 de octubre de 1862
La pasajera toquetea con desgana la lujosa pulsera que se ciñe a su gruesa muñeca, mientras pierde la mirada en el monótono paisaje que rodea al tren que la traslada desde Cartagena hasta la ciudad de Murcia. Los párpados, casi cerrados, apenas dejan entrever el azul transparente de sus ojos. Recostada sobre un cómodo sillón, la viajera revela el cansancio que la oronda figura conlleva después del largo viaje que le ocupa por tierras del sur de España. Las espirales de humo denso y fantástico que exhala la locomotora desdibujan la línea del horizonte. 
En la estación aguarda el lujoso carruaje que ha de llevarla al centro de la ciudad. A su llegada, un nuevo aguacero hace que se extiendan, aún más, los abundantes charcos y barrizales provocados por las lluvias de días anteriores. A su paso, las ruedas del coche labran profundos surcos en el lodo, a la vez que salpican gotas de barro a los transeúntes. El recorrido se hace lento y penoso. A la entrada de la vieja plaza de toros por la que cruza, un enorme arco recién construido da la bienvenida. Por fin, después de pasar por el único puente que une las dos mitades en las que el río divide la ciudad, termina el trayecto en la Catedral, donde ya tenía prevista su visita. Repican solemnes las campanas.

Mientras tanto, un joven galés que también ha llegado en el mismo tren, por indicación de un lugareño, encuentra un alojamiento sencillo en el que acomodarse estos días de visita a la ciudad. 
En la Fonda de La Vicenta, en la Plaza del Esparto*, un grupo de mujeres regatea a coro los precios de los paños que un comerciante venido de Cataluña pone a la venta en este local sólo por unos días: «Pañuelos de varias clases y tamaños: desde 7 y 1/2 hasta 100 reales; pantalones de Casimir de 50, 55, 60, 75 y 80 reales; Castores á 40 reales, vara; Tartanes á 6 y 10 y 1/2 reales, vara».

Teatro de Los Infantes (1862)

El viajero —de nombre Charles—, entre tanto alboroto, logra por fin ponerse en contacto con la patrona, ofreciéndole ésta un modesto cuarto con un balcón que da a la fachada del flamante teatro que ha de inaugurarse el próximo domingo.
Después de dejar sus avíos de trabajo, con la curiosidad de un adolescente, sale de su cuarto a pasear por las estrechas callejuelas que, finalmente, lo conducen hacia la Catedral, en el centro mismo de este demacrado villorrio. 
La tarde se presenta fresca, así que decide entrar en un concurrido local junto al río, no muy lejos del Ayuntamiento. Por suerte, una mesa vacía persuade al extranjero y pide sin dificultad un té que, pasado un buen rato, recibe con sorpresa al encontrar un trozo de limón flotando en su superficie. Después de estar viviendo más de diez años en España habla con fluidez el castellano, pero no puede evitar el cómico acento con el que se expresa. 

⎯ Un té, sin limón, aquí en Murcia, ni es té ni es ná. Aquí se echa limón a tó.
⎯ ¡Ah! bien, bien… probaré así. Gracias. —Responde circunspecto.

Llama la atención del forastero la animada tertulia que hay en una mesa cercana, y, a su vez, éste llama la atención de un tertuliano que ha oido el singular acento con el que el galés se ha dirigido al camarero en el momento de mostrar su extrañeza por el novedoso inquilino de su bebistrajo. 

El Sr. Marqués, que es así como todo el mundo lo llama, se dirige al extranjero, invitándolo a compartir mesa con los demás contertulios. Acepta agradecido. La velada se prolonga hasta que los desvencijados faroles de aceite comienzan a titilar, anunciando ―tacaños― la llegada del crepúsculo. Quedan al día siguiente para visitar la casa que el Sr. Marqués tiene en las afueras de la ciudad, junto al río.  Desde allí promete una vista extraordinaria de la capital. 
Jerónimo, un joven andaluz recién llegado a Murcia, y que también comparte el palique, se apunta a la visita con entusiasmo.

Por otro lado, la viajera, después de la obligada visita a la Catedral donde en señal de agradecimiento ha ofrecido un 'Tedeum', antes de dirigirse a su aposento recorre las estrechas calles principales del centro: Trapería, Platería, Contraste* y Frenería. Por fin, sin más ceremonia, se retira a descansar.
(*) Plaza del Esparto: actual plaza de Romea
(*) Calle Contraste: actual calle Pascual



Sábado, 25 de octubre de 1862
Al día siguiente, Charles se reúne con Jerónimo en el mismo café donde se conocieron y suben al carro que los llevará a la casa del Marqués. Charles lleva un extraño artilugio que llama la atención del joven Jerónimo que, aunque ha oido hablar de él, hasta ahora no había tenido la oportunidad de verlo. Un cielo repleto de grises los acompaña. 

[El nuevo prodigio de la fotografía había llegado a Murcia en un par de ocasiones de forma temporal: en 1858 y 1860. En ambos casos, los fotógrafos ambulantes, situaron sus estudios en el hoy desaparecido Arco del Vizconde]. 

Al llegar, el Marqués los recibe con una amplia sonrisa, invitándolos a pasar y ofreciéndoles café. Aceptan agradecidos. Después de tan cordial recibimiento trufado con algunas anécdotas sobre las tradiciones del lugar, les propone subir a la torre que se alza dentro del gran patio central que forma la vivienda, recomendando a Charles que lleve el ingenio que ha traído y aproveche para fotografiar el paisaje que desde allí arriba se aprecia. La estrecha escalerilla da acceso a tres niveles distintos, estando el último coronado por un balconcillo octogonal que lo rodea, dándole el aspecto de ser un faro sobre un mar de verdes. Suben y quedan mudos mientras contemplan el hermoso paisaje salpicado de cúpulas, torres y campanarios que tanto abundan por toda la ciudad. La torre de la Catedral destaca notablemente sobre el tenue perfil de los edificios que la rodean. 
D. Pedro Rosique —el Marqués de Camachos— mira satisfecho el paisaje que se ofrece a la vista, mientras embute sus manos en los amplios bolsillos del pantalón, pronunciando de esta manera la leve barriga que atesora.  
Jerónimo, apoyado en la frágil barandilla y visiblemente emocionado, no sospecha en ese momento que está contemplando la ciudad en la que años más tarde ejercerá como alcalde. Ante él se extiende el enorme soto del río que en 1908 habrá de convertirse en un gran parque al que dará —sin él quererlo— sus apellidos: Ruiz Hidalgo.
Socorrido por Jerónimo, quien apenas puede proteger el artefacto con un paraguas del súbito chaparrón que en este instante comienza, Charles Clifford —que es éste el nombre completo del extraño—, dispone el trípode y, con la parsimonia que acostumbra, prepara el invento; queda admirado por el magnífico paisaje que frente a él se brinda; busca el mejor encuadre posible y, finalmente, captura la imagen que quedará —sin saberlo— como prueba de la ciudad modesta y tranquila que en ese momento es Murcia; ciudad que con el paso del tiempo irá perdiendo todo su hechizo, quedando apenas testimonio de lo que ahora tiene ante sus ojos.

Vista de Murcia, fotografía de Charles Clifford (1862) 

En ese mismo momento, la viajera, después de un besamanos tedioso y visitas a algunos conventos bajo un manto de lluvia, recorre las calles en el magnífico carro del que tiran seis hermosos alazanes, a la vez que los habitantes de la huerta, confundidos con los de la capital, no cesan de demostrar su ardiente entusiasmo. 
Es ahora —en el mismo instante en que Clifford está ejecutando la fotografía— es ahora, digo, cuando la majestuosa viajera, S. M. La Reina Isabel II, advierte en su rolliza muñeca el extravío de la ostentosa pulsera que tanto gustaba de acariciar. 

E. L. R. 2017

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Charles Clifford, nacido en Gales en 1819, se establece como fotógrafo en Madrid alrededor de 1850. Fotografió monumentos y vistas de gran parte de la geografía española. Fue fotógrafo oficial de la Reina Isabel II, a quien acompañó en el viaje que hizo por tierras de Andalucía y Murcia en septiembre y octubre de 1862, dos meses antes de fallecer en Madrid, el 1 de enero de 1863.
Su legado fotográfico, además de su indudable valor artístico, es un importante documento de la España de mediados del siglo XIX, cuando la fotografía, prácticamente recién nacida, experimenta una rapidísima expansión y un desarrollo técnico que nos dejó imágenes extraordinarias, difíciles de superar aún hoy día.




La Reina Isabel II
La Reina Isabel II, en su periplo por el sur de España (desde el 12 de septiembre, al 31 de octubre de 1862), visitó todas las capitales andaluzas -a excepción de Huelva-.
En la provincia de Murcia visitó Cartagena, donde había arribado en barco desde Almería, llegando a Murcia en tren sobre un trazado férreo todavía provisional y la estación -la actual- aún por construir.
En su visita a Murcia se alojó el el Palacio Episcopal; visitó conventos (Capuchinas, Agustinas y Teresas) e iglesias (en la de San Agustín vio la obra de Salzillo); distribuyó donativos por parroquias de la ciudad y pedanías por valor de 372.000 reales; los traslados por la ciudad, siempre en olor de multitudes, los hizo en un majestuoso carruaje tirado por seis alazanes. En acuerdo municipal se decide cambiar nombre de la calle Trapería por el de ‘Príncipe Alfonso’; el día 26, visitó el Santuario de la Fuensanta. 
También, ese mismo día 26, inauguró el Teatro, llamado de Los Infantes (Romea) en honor a los hijos de la Reina; asistiendo con su propia compañía el mismísimo Julián Romea.   
 
Recorridos de la Reina Isabel II durante su estancia en la ciudad de Murcia, en el mes de octubre de 1862



Arco de Triunfo construido 'ad hoc' a la entrada de la antigua plaza de toros (Camachos)
 con motivo de la visita de la Reina Isabel II a Murcia (imagen: Charles Clifford, 1862)
 


Isabel II: así, de cerca, impresiona


Respecto a la anécdota sobre la pérdida de la pulsera, aunque yo le doy un contexto distinto, existe un libro que la documenta: "Crónica oficial de la visita a Murcia de SS.MM. y AA" escrito por Miguel R. Arróniz, (donde narra con todo lujo de detalles, el viaje regio por estas tierras los días 24, 25, 26 y 27), pero el hecho lo sitúa en la entrada del Teatro Romea, el día de su inauguración, donde una mujer encuentra una lujosa pulsera...



... aunque puede que sea un añadido, con el propósito de ensalzar la honradez y las virtudes del pueblo murciano. Vamos lo que hoy se dice 'meter una morcilla'. Naturalmente no pudo ser localizada tan virtuosa joven, así que nadie se presentó ante la Reina al día siguiente. 

Partió de Murcia, de regreso a la corte de Madrid, el día 27, donde llega el 31, después de haber recalado en Orihuela, Novelda y Aranjuez.




D. Pedro Rosique y Hernández, segundo Marqués de Camachos
Pedro Rosique y Hernandez (Lorca, 1804), segundo Marqués de Camachos, tiene un largo historial político tanto a nivel regional, como nacional. Los inicios de su carrera política tienen su origen en la ciudad de Cartagena, donde fue nombrado Regidor Perpetuo, además de Alférez Mayor, Alcalde de La Santa Hermandad y Comandante de la Milicia Urbana.
Como líder de Partido Progresista, preside la Junta Provisional de Gobierno de la provincia de Murcia durante la regencia del general Espartero (1840-1843). Es sitiado en Murcia por columnas enviadas por los conservadores, provenientes de Cartagena y Orihuela. 
En 1843, exilio forzoso de cuatro años en Madrid. Regresa a Murcia y, en 1854, es nombrado Gobernador de la ciudad. Ese mismo año la Reina Isabel II lo nombra Caballero con la Gran Cruz de La Orden de Carlos III. En 1859 se le nombra, vitalicio, Senador del Reino.
Impulsó la construcción de la línea ferroviaria entre Albacete y Cartagena, y que finalmente pudo ver su inauguración en la visita de la Reina Isabel II a Murcia. 
Muere en Madrid en 1869. Sus restos fueron trasladados a Murcia en ferrocarril.




D. Jerónimo Ruiz Hidalgo, Alcalde de Murcia (6/2/1907-30/6/1909)
Jerónimo Ruiz Hidalgo (Alcalá la Real, Jaén, 1842). Poco se sabe sobre los primeros años de la vida de este alcalaíno que de joven estudió en Granada, donde ya destacaba por su capacidad para la política y su habilidad en el mundo mercantil. No está muy clara la fecha en la que aparece en Murcia, pero pronto destaca como negociante y se permite comprar molinos hidráulicos para la producción de harinas y, más tarde, de energía eléctrica (como el que tenía en Archena), por lo que es muy probable que conociera al Marqués de Camachos, ya que éste, entre otras propiedades, era dueño del conocido Molino del Marqués, en el antiguo camino de Beniaján y Orihuela. Tenía el Marqués junto al molino una casa de planta cuadrangular que formaba un patio interior, donde destacaba una torre.
Ruiz Hidalgo escaló con rapidez protagonismo en la sociedad murciana de la época, por lo que llegó a la alcaldía de esta ciudad entre 1907 y 1909. Entre sus mayores logros durante su actividad política deja, ya en el recuerdo, el conocido Parque Ruiz Hidalgo, aprovechando el enorme soto que se extendía entre el puente Viejo y el Molino del Marqués; lo que el río regalaba, ocasionalmente lo reclamaba, de manera que no fueron pocas las veces que el río arrasara las ferias y otros eventos que allí se organizaban. El parque, inaugurado en 1908, deja de existir a mediados de los 50, debido a las nuevas obras de canalización del Segura a su paso por Murcia.
D. Jerónimo Ruiz Hidalgo muere en Murcia, con 86 años, el 23 de octubre de 1928.

P.D. He tenido la curiosidad de buscar en el callejero de Murcia el nombre del ilustre prócer, y localizo una modesta calle en el barrio del Carmen frente a la estación del tren, junto a la plaza de Zarandona, y la verdad… yo creo que merece una vía de mayor importancia, porque esto del nombre de algunas calles es para mear y no echar gota… en la avenida de los Pinos (¡qué original!)… no hay ningún pino: ¡son palmeras!… entonces ¿a qué viene ese nombre?. ¿Y La Redonda? ¿qué me dicen?, aunque está ya tan arraigado, que se hace difícil su modificación.
Otra: ¿Qué hizo D. Juan de Borbón por Murcia para que merezca dar nombre a tan importante arteria?. En un principio se nombró esta avenida como Isaac Peral, un ilustre cartagenero con méritos propios para merecer este reconocimiento, pero... se cambió. Un cambio que pasó -casi- desapercibido para los habitantes capitalinos, no tanto así para los de Cartagena, donde se tomó como una afrenta. Otra: Miguel Induráin: sí, es verdad, nos dio muchos momentos de alegría, pero tener una de las mayores vías de la ciudad con su nombre, parece un poco exagerado. 

La proliferación de tantos nombres de calles, avenidas y lugares alusivos a la familia Real (sin hacer una valoración del asunto regio), se me hace un poco empalagosa: Avdas. de Juan Carlos I, Juan de Borbón, Príncipe de Asturias (con pabellón deportivo homónimo incluido), Condes de Barcelona, Hospital Reina Sofía,... 


Nota:
 La relación que se establece entre los cuatro personajes que protagonizan esta historia aunque es poco probable… no es del todo imposible.
Esta historia parte de hechos reales: Clifford viaja a Murcia, en 1862, con La Reina Isabel II, de la que era fotógrafo oficial. El Marqués de Camachos, por sus años de exilio en Madrid (entre 1843 y 1847), era bien conocido por la Reina, y, además, se vio con ella con ocasión del besamanos a Isabel II que tuvo lugar en el Palacio Episcopal de Murcia el día 25. No es de extrañar por lo tanto que Clifford y el Sr. Marqués se conocieran uno de estos días, e invitara éste al extranjero a conocer su casa por su situación privilegiada para poder hacer la foto desde la torre de su palacete.  
Por otro lado Ruiz Hidalgo, que en 1862 tenía 20 años, es casi seguro que estuviera entonces en Granada, por sus estudios en la Universidad de esta ciudad, así que es la pieza más difícil de encajar en esta historia... pero no imposible, porque podría haber venido a Murcia al encuentro de algún negocio, o cualquier otra cosa... en fin, hay que dar alas a la imaginación. ¿Por qué no? 

                                                                                                                                  

Murcia, enero de 2017



Punto de vista y situación de los principales edificios sobre la línea de proyección (LP, en azul)




Punto de vista (sobre el plano de García Faria de 1896) desde el que Clifford hizo la fotografía

(Los puntos 1 y 2 son los extremos de la anchura total de la foto, y sobre la línea comprendida entre ambos se encuentran los segmentos (a, b, c...) coincidiendo, proporcionalmente, con los de la imagen superior a esta)

Croquis de la situación de molino del Marqués de Camachos 
(Publicado en 'La Lira del Tader', el 20 de Julio de 1845)


Otra versión tomada desde el mismo sitio, cuyo autor desconozco. La instantánea debe ser posterior
 a la de Clifford ya que la hilera de árboles que hay frente al Cuartel y Cárcel están más desarrollados

La foto de Clifford (izq.) junto a otra editada por Romero y La Covachuelatomadas casi con el mismo encuadre. .

En la postal coloreada podemos ver -y bien claro- que la arboleda del Parque Ruiz Hidalgo está ya bastante crecida, y teniendo en cuenta que se inauguró en 1908, puede decirse que la imagen pertenece a la segunda década del s. XX, por lo que ambas están separadas en el tiempo, aunque no lo parezca ¡más de cincuenta años!


En la imagen tomada desde el Parque Ruiz Hidalgo -que por la juventud de su arbolado podemos decir que está tomada poco después de su inauguración-, destaca al fondo, en solitario, la torre de la casa del Marqués, que es el único edificio de su zona con la altura suficiente para que pueda posibilitar un punto de vista similar al de la foto de Clifford.

Torre de la casa y 'molino del Marqués' (de Camachos), y la barca utilizada para cruzar el río.
La imagen se tomó justo enfrente de donde actualmente está el Hospital Reina Sofía

El emplazamiento de la casa del Marqués, ayer y hoy

El edificio se mantuvo en pie hasta mediados de los años 70, cuando fue derribado como consecuencia del ensanche de la ciudad (el polígono Infante Juan Manuel)
(Foto: FOAT S.L. 1966, Arch. General Región de Murcia) 

Fuentes:
Archivo Municipal de Murcia
Archivo General de la Región de Murcia
Biblioteca Nacional de España
Plano de Pedro García Faria (1896)
Cartomur (IDERM)
Imágenes WEB
Wikipedia

Edición: Esteban Linares