lunes, 4 de junio de 2018

El verdadero Gran Hermano



Estuve metido en FB una temporada; incluso era bastante 'activo'. Con el tiempo, harto y desengañado, permanecí cuatro o cinco años sin contacto alguno con esta 'corrala'. Hace un par de días volví a entrar, pero esta vez ha sido para darme de baja y desaparecer definitivamente de esta pegajosa red. ¡Qué a gusto me he quedado! De ahí, que me parece oportuno compartir esta Carta al Director que me publicó El País la primavera pasada.




Versión digital





Publicada en EL PAÍS el domingo, 8 de abril de 2018

LA CALLE (DE) CORREOS DE MURCIA




La Calle de Correos en su tramo Ceballos-Villacis (1953). Las imágenes se pueden ampliar clicando sobre ellas.




El éxodo de la población rural a los núcleos industriosos en el siglo XIX provoca el rápido crecimiento de las grandes ciudades europeas que, con sus calles de intrincados y angostos trazados, junto a la necesidad de mejorar la deficiente salubridad de las mismas (que acarreaban, además, frecuentes epidemias: cólera, peste, tifus…), obligó al desarrollo de grandes proyectos de reformas urbanas que tratasen de aliviar este gran problema sumado, al principio, al creciente tránsito de carruajes, y, posteriormente, ya entrado el siglo XX, el de los vehículos motorizados. 
Son bien conocidos los planes de transformación de ciudades como París (Haussmann), el Plan Cerdá (El Eixample) en Barcelona, el barrio de Salamanca de Madrid, cuyo trazado fue diseñado por José de Salamanca y Mayol (de quien tomó el nombre) y, ya entrado el siglo XX, la Gran Vía, también en Madrid.

Una pequeña ciudad como era entonces Murcia, tenía igualmente, aunque a menor escala, la necesidad de redibujar el trazado de sus estrechas callejuelas y resolver de alguna manera los problemas de higiene generados por las pésimas y escasas infraestructuras, además del tráfico, que aunque modesto, ya empezaba a plantear serios problemas debido precisamente a la angostura de sus calles.

Plano de la ciudad Murcia (1896)

El trazado de las calles de Murcia en el s. XIX y a principios del siglo XX, con algunas diferencias, era (y es) en gran parte el que se heredó de la presencia musulmana que hasta el siglo XIII hubo en la ciudad; y ya, como ciudad cristiana, aunque con algunas reformas ordenadas por Alfonso X, Sancho IV y Enrique IV, se puede decir que aún conserva, grosso modo, el aroma del trazado primigenio. Reformas que se ejecutaron principalmente para la desaparición de adarves (callejones sin salida) que tanto abundaban entonces por la singular concepción de las viviendas en la cultura musulmana: de puertas adentro. Al contrario que las cristianas que lo hacen de puertas afuera, mostrando así, en la fachada, la clase social del propietario de la casa. Hasta hace menos de 100 años todavía quedaban muchos adarves. Incluso hoy día quedan unos pocos. En la calle Cortés hay uno; la calle de la Muleta en la calle Vinader; el tramo sur de la calle Hidalgo, en la calle Arrixaca; y hasta hace poco el callejón de la Brujera, en la calle Aistor; el callejón de La Paz, que estaba situado en la calle del Pilar (hoy lo ocupa la plazuela que hay en esa calle); calle Vidrio, junto a la plaza de la Paja, otro frente a la plaza Jufré (o Jofré o Joufré, que hay para todos los gustos) en Platería...


 
Localización de los adarves en la ciudad de Murcia y su paulatina desaparición según los planos de 1821, 1896 y 1973. La razón de que se encuentren, en su mayoría, en el oeste de la ciudad se debe a la partición que en ella se hizo en el s. XIII: cristianos, levante; musulmanes, poniente.
En la Trapería se construyó el muro que la dividió en dos partes. Poco después se derribó, quedando esta calle ensanchada como la conocemos hoy día. 

La idea de abrir grandes vías empieza a plantearse en el Ayuntamiento murciano a finales del siglo XIX. Hubo numerosos proyectos, de los que solo unos pocos se llevaron a cabo; principalmente entre los años treinta a los sesenta del pasado siglo. Se pretendía abrir un par de avenidas cuyos ejes N-S y E-W habrían destrozado por completo el casco viejo de la ciudad (uno, que finalmente si se hizo realidad: el de la Gran Vía actual, y otro desde la plaza de toros hasta la plaza de San Agustín). Existe un magnífico plano de los años treinta al que se superpone el diseño de nuevas grandes vías y una malla cuadrangular de manzanas dispuestas regularmente que, de haberse cumplido, habría dejado una ciudad que no padecería lo que hoy venimos sufriendo: la carencia de grandes ejes que vertebren los diferentes barrios, especialmente norte-sur. 
Este proyecto no contemplaba la partición de la ciudad por el terrible tajo que supuso la construcción de la Gran Vía. 



Plano de un proyecto de urbanización la ciudad de Murcia (años 30)


La primera Gran Vía que se hace en Murcia tiene como propósito unir la plaza de Santo Domingo con la estación de Mula-Caravaca. Para ello hubo que derribar el Palacio de los Vélez (también casa-palacio de los Fajardos), que estaba situado entre los conventos de Las Claras y de La Anas, justo donde arranca Alfonso X hacia el norte. El Gobierno Civil tuvo allí su sede en la segunda mitad del s. XIX, hasta 1909, año en que se traslada a la casa-palacio de los Riquelme, en la calle del mismo nombre, y que por entonces era conocida por la casa de la Marquesa de Salinas. Después de esto, el palacio Vélez fue utilizado como nueva sede del colegio Jesús María (anteriormente estuvo situado en la calle Zambrana, actual A. Baquero), hasta que las Milicias, en julio 1936, desalojaron a las monjas del edificio para utilizarlo como su cuartel general; pero esto duró muy poco y no impidió su derribo un mes más tarde, en agosto de 1936.



La Calle (de) Correos arranca en la plaza de Ceballos. "El nombre de esta plaza (también Zeballos), puede deberse Matheos Zeballos, regidor de esta ciudad, o bien a sus descendientes que a mediados del siglo XVIII tuvieron destacados papeles en la política municipal. Era una de las plazas más importantes de la ciudad, donde se celebraban festejos y corridas de toros" (Díaz Cassou). 


En la plaza de Ceballos se derribó, en 1921, el edificio que fue casa y estudio del pintor Nicolás de Villacis para construir, con bastante demora sobre la fecha inicialmente prevista, el nuevo edificio de Correos y Telégrafos; edificio que terminaría por dar, familiarmente, nombre a toda la calle. 



El solar se tuvo sin obrar durante unos años, y, mientras tanto, fue utilizado por los niños para juegos de pelota y bicicleta, para el enfado y las consiguientes quejas de vecinos y comerciantes. Las obras, que comenzaron en 1928 con mucha demora, pues el proyecto estaba aprobado por la Dirección General de Correos desde 1915, se alargaron hasta 1931 para la entrega del nuevo edificio, aunque de forma provisional, el 20 de julio de 1931, pues sólo funcionaba el servicio de correos. Fue inaugurado oficialmente el 5 de agosto de ese mismo año, fecha en que se completó con el funcionamiento del servicio de telégrafos. 


Según acuerdo tomado por el Ayuntamiento en la sesión del 28 de octubre de 1872 la calle Corredera (ahora Simón García) cambiaría su nombre por el de Pintor Villacis. Sin embargo, debieron olvidar el acuerdo tomado aquella fecha, porque el Ayuntamiento aprobó nuevamente una moción presentada en la sesión del 21 de julio de 1893, o sea, pasados veintiún años, para denominar Pintor Villacis el tramo comprendido entre las calles de Apóstoles (desde la puerta del Toro) y Mariano Padilla (antes Corredera, después Mariano Padilla, y no debió gustarles mucho el nombre de este célebre barítono murciano, porque poco después lo cambiaron por el de Simón García). Así que, el tramo más corto de la calle Correos lleva el nombre del insigne discípulo de Velázquez.  

Fue Villacis un pintor bien estimado por sus contemporáneos. Viajó a Madrid, donde conoció a Velázquez. Quizás por consejo del mismo Velázquez viajó a Italia para conocer la pintura de los grandes maestros del Renacimiento. Estuvo en Venecia, Florencia y Roma, donde conoció al excelente pintor Francesco Torriani. Viajó con este a Mendrisio, una pequeña localidad suiza, muy próxima a la frontera con Italia, de donde era natural. Villacis se estableció allí y pasó unos años antes de volver a Murcia, ya casado con la joven Antonia, hermana de Francesco. Mantuvo copiosa correspondencia con Velázquez(*), quien en 1659 le propuso que lo sustituyese como pintor de la Corte de Felipe IV, propuesta a la que renunció (Velázquez murió un año después, en 1660). Ese mismo año regresó a Murcia a causa del fallecimiento de su padre y tener que  hacerse con la hacienda heredada. Compró un solar con huerta en extramuros de la ciudad, lindando, al norte, con la plaza y puerta del Toro (en la anchura que hay frente al hotel Rincón de Pepe) y, al sur, con la calle Corredera (Simón García). Allí hizo construir el gran caserón que le sirvió de vivienda y estudio hasta su fallecimiento el 8 de abril de 1694.

(*) Respecto a la correspondencia entre Velázquez y Villacis se da por cierto, en tanto en cuanto, en el inventario judicial que se hizo después del fallecimiento de este último, aparece dicho paquete de cartas coleccionadas. Palomino (**) da por hecho la existencia de estos documentos, dándola en poder a sus sobrinos de Italia, pues enviaron desde Milán a un apoderado a recoger la herencia y los papeles. Pero posteriormente se supo que las cartas no viajaron a Milán y las tenía, pues aquí quedó familia, un descendiente suyo, D. Francisco Aguilar, que vivió -mucho después de la época citada- en la calle de San Antolín, número 25. A partir de ahí se pierden las pistas.

(**) Antonio Palomino (1655-1726), pintor y biógrafo de los artistas del Siglo de Oro español.




No queda de él mucha obra, ya que o se ha perdido o ha sido destruida por negligentes incendios o desastrosas inundaciones que con tanta frecuencia entonces había. Gran parte de su esfuerzo pictórico lo hizo en el convento de La Trinidad donde plasmó grandes frescos que fueron elogiados por los críticos durante muchas generaciones. Cómo no, el convento fue víctima del hambre demoledora que hubo en Murcia a lo largo del s. XX, dando fin al convento en 1905 para la construir en su solar unas escuelas públicas y el actual Museo de Bellas Artes.


Al compás de este proyecto se contempló la necesidad de abrir una ‘Gran Vía interior’ en lo que hoy todos conocemos por La Calle Correos. Con el término genérico de ‘Gran Vía’ nombraban todos los proyectos de las nuevas avenidas por construir. Así tenemos la ya nombrada ‘Gran Vía interior’; ’La Gran Vía Central’ (la actual Gran Vía Salzillo); las grandes vías del norte, que unirían las carreteras de Madrid y Alicante sin la necesidad de tener que pasar por el viejo casco de la ciudad, o sea, las Rondas Norte y Levante. De ahí el nombre del ya desaparecido cine Gran Vía, en Ronda Norte.

Proyecto Gran Vía interior de Murcia (ca. 1930)


LA CALLE (DE) CORREOS

El proyecto de esta 'gran vía' fue muy costoso, pues hubo que derribar muchas casas, con las consiguientes indemnizaciones; por lo que llevó casi 25 años completarla. Hay que decir que esta calle está compuesta, en realidad, por distintos tramos que, por abreviar, todos decimos la calle Correos. De sur a norte: La plaza de Ceballos, calle Villacis, calle Isidoro de la Cierva, plaza de Cetina y calle Alejandro Séiquer, para terminar desembocando en la calle de la Merced. Pero vayamos por partes, y, si puede ser, cronológicamente.



En 1927 se produce un nuevo derribo en esta calle (hay que recordar que el primero fue la casa de Villacis en 1921). Se trata del edificio que hacía esquina entre la calles de A. Séiquer con Zambrana (ahora Andrés Baquero), que aunque así se llamaba ya oficialmente desde 1921, año del fallecimiento del ilustre pintor, siguió siendo conocida con el popular nombre de calle Zoco, hasta principios de los 50. 


Don Alejandro Séiquer fue una persona muy querida por su bonhomía, y un artista muy bien considerado en su tiempo, hasta el punto de tener una obra suya el Museo del Prado. Fue don Alejandro durante sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, discípulo del pintor de origen belga Carlos de Haes, quien fuera uno de los precursores de la pintura al 'aire libre'. De Haes fue maestro también, entre otros, de Joaquín Sorolla, Darío Regollos, Aureliano de Beruete...   

"El amigo del ciego" de A. Séiquer. Óleo s/ tabla 58x48 cm. (1883). Museo del Prado

Quizás la excesiva especialización de la pintura de Séiquer en temas de animales y flores haya hecho decaer su brillo, quedando, inmerecidamente, casi en el olvido. El Círculo de Bellas Artes de Murcia, en homenaje al insigne pintor, descubrió, el 25 de septiembre de 1922, dos placas con su nombre: una en la calle López Puigcerver (la calle de la Gloria), donde nació, y otra en la antigua calle Zoco, donde murió; suceso que daría lugar a cambiar, en su honor, el nombre a esta calle. 

Al principio solo era el tramo comprendido entre la calle Andrés Baquero hasta la Iglesia de San Lorenzo. Años más tarde la calle Alejandro Séiquer se alargó al absorber la calle Saurín (desde San Lorenzo a Cetina) cuando esta se ensanchó por los derribos habidos en sucesivos años.


En la zona inferior de la derecha de la imagen (en oscuro) puede verse parte del solar que había quedado tras el derribo de algunos edificios de la calle A. Séiquer para su alineamiento. 

En 1940 comienza la demolición de las primeras viviendas de la calle Saurín para su ensanche y alineamiento con la de A. Séiquer. La calle Saurín tenía dos tramos bien distintos según sus anchuras: uno desde la calle de San Lorenzo hasta la de Montijo cuyo ancho apenas sí llegaba hasta los tres metros, y el otro, desde la de Montijo hasta su desembocadura en Cetina, con poco más de siete metros.



Derribos en el tramo plaza de Cetina - calle de La Merced

La calle Saurín debía su nombre al sabio D. Joaquín Saurín y Robles (1732-1788), quien fue un intelectual y anticuario. En excavaciones hechas junto a la Ermita de La Luz y en el eremitorio de San Antonio el Pobre, halló restos romanos de gran valor. Llegó a tener una colección de antigüedades entre las más importantes de España. La excelente colección fue heredada por descendientes suyos de Valencia, por lo que se perdió un magnífico tesoro arqueológico para nuestra Región. Fue también impulsor, junto a Salzillo y otros, de la fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia el 17 de diciembre de 1777, cuya autorización vino del rey Carlos III, dos años después de que se fundara la primera R. S. Económica, en Madrid.


 

A la calle Alejandro Séiquer, por su extremo norte, se le vino a sumar el tramo que hay entre A. Baquero y la calle de La Merced cuando fueron derribadas, en 1943, las casas que entre ellas había. Aunque estaba previsto haberlas demolido años atrás, hubo que demorar su derribo hasta ese año, debido a la escasez de dinero en las arcas municipales y a la grave situación habida por la Guerra Civil. Se trataba del viejo edificio que albergaba las antiguas oficinas de Correos y Telégrafos -desde 1911 hasta 1931-, cuando estas se trasladaron al nuevo edificio construido en el solar que ocupaba la Casa Villacis en Ceballos. 



 Todavía quedaba en el proyecto prolongarla, aún más, con la demolición de los edificios (al fondo de la imagen) entre la calle de la Merced y la calle Enrique Villar continuando por el lateral del Teatro Circo. Como sabemos, esto último no se llevó a cabo. (En este caso, creo que, ya puestos, tendrían que haber sido derribados y haberle dado continuidad a la calle Correos; habiendo quedado de esta forma un trazado rectilíneo, paralelo a Alfonso X). 



Parte del edificio de la izquierda (en dibujo superior) se derribó para su retranqueo en 1928, después se rehizo la fachada quedando ensanchada la calle Pintor Villacis en ese corto tramo. Lo que se demolió en 1945 son las casas que se ven a la derecha y centro de la imagen para unir Apóstoles con San Antonio, empezando de esta manera el trazado de la nueva calle  Isidoro de la Cierva; nombre que recibiría esta nueva calle según acordó el pleno del Ayuntamiento, el 6 de junio de 1947.                                                  

         
                                                
La mayor demolición se llevó a cabo entre 1945 y 1949 para unir Cetina con la calle de San Antonio. En esa manzana estuvo la Gran Farmacia, y en espera de su reubicación en el nuevo edificio que se construía al lado, hizo que se demorara su derribo (las casas que se ven al fondo de la imagen). 


Derribos en el tramo plaza de Villacis - plaza de Cetina

El derribo de casi toda la manzana que ocupaban estas casas hizo que desaparecieran dos estrechos callejones, de los tres que eran utilizados por los viandantes para ir de Ceballos a Cetina: 'Portería' (el nombre debió tener su origen en la portería lateral del convento de San Antonio, hoy desaparecida por habérsele adosado un edificio: el del bar Río), y 'Monjas de San Antonio' callejuela entre la calle Fuensanta y Vara de Rey, próximo a Cetina. El tercer callejón, la calle Rocamora, todavía existe (el que va por el lateral del Rincón de Pepe, quebrando en ángulo recto hacia la calle de San Antonio).


El nombre de esta plaza tiene que ver con el apellido Cetina, una familia noble que se perpetuó con tres regidores en el Concejo de Murcia: Gregorio, Jacinto (su hermano) y Joaquín (hijo del primero). El primer Cetina, Gregorio López Cetina procede de Tendilla (Guadalajara), donde tenía registrada su hidalguía. Joaquín Cetina fue contemporáneo de Joaquín Saurín, con quien mantuvo amistad (segunda mitad del siglo XVIII).


A la izquierda, el número 6 de la calle Fuensanta, el último edificio por derribar (imagen de 1933)




El tapón que formaba el número 6 de la calle de La Fuensanta fue arrancado, al fin, en 1949, quedando unidas entre sí esta calle con la de San Antonio; y, por extensión, desde la plaza de Ceballos hasta la calle La Merced, dándole remate a la era de los grandes derribos de la calle Correos.


 

Con la apertura provisional al tránsito, tanto el peatonal como el rodado, en 1949, dejan abierta esta nueva gran vía, a falta de algunos remates que habrían de ultimarse en 1950. 


Aspecto de la plaza de Cetina desde la calle Barrionuevo. La Gran Farmacia ya ubicada en el chaflán del nuevo edificio del centro de la imagen

La plaza de Cetina queda como centro de la calle Correos en la que desembocan cinco calles, siendo uno de los puntos más transitados de la ciudad, tanto por propios, como por extraños. En el solar tapiado de la derecha (dibujo de arriba) se construyó el edificio en cuyas plantas baja y primera se instaló, el 5 de octubre de 1959, lo que entonces era el primer gran almacén nacional: Galerías Preciados; trayendo entre otras cosas el primer supermercado-autoservicio a nuestra ciudad. Allí se mantuvo, hasta su traslado a la Gran Vía en 1970, para, finalmente, terminar engullido por el 'otro'.




Isidoro de la Cierva da nombre a uno de los tramos de esta nueva vía. Fue D. Isidoro (1870-1939) diputado y senador por Murcia entre los años 1909 y 1915. Desde ese año ejerció como notario en Murcia, hasta su nombramiento como Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, cargo que sólo pudo ejercitar durante cuatro días de diciembre de 1922, debido a la caída del Gobierno de José Sánchez Guerra, del que él formaba parte.



Jefe del Partido Conservador de la provincia, destacó notablemente como persona muy culta y amante de las Artes. Fue impulsor de la llegada de la Universidad a Murcia en 1915, así como patrocinador del Sanatorio Antituberculoso de Sierra Espuña. 
Fue tío del ingeniero y político D. Juan de la Cierva y Codorníu, inventor del autogiro.



Lo que nació con vocación de una gran vía es hoy día una modesta calle, en la que convergen estrechas callejuelas del enmarañado trazado urbano de la vieja Murcia. El resultado de este enorme esfuerzo, de tantos años de obras, así como el dinero invertido, dejó una calle que, con una anchura media entre 9 y 10 metros, ahora se nos antoja más 'calle' que 'gran vía'.
  

Cronología de los derribos de la Calle Correos




La Calle Correos de Murcia está editado por E.L.R. en Junio de 2018


Fuentes:
Archivo Regional de Murcia
Archivo Municipal de Murcia
'Callejero Murciano', de Nicolás Ortega Pagán (1973)
Cartomur, Consejería de O. P. de la Región de Murcia
'Una aventura vulgar', cortometraje de Medina Bardón
Museo del Prado, Madrid
Real Sociedad Económica de Amigos del País, Murcia

Dibujos: Esteban Linares

(Nota: las imágenes pueden ampliarse clicando sobre ellas)